viernes, 22 de junio de 2012

HORACIO SALGÁN: hombre y leyenda


Por Nicolás Sosa Baccarelli



Una fusa larga y cadenciosa florece en sus dedos para morir en el aire, acariciada por otra. Y un repiquetear de manos que bailan sobre el piano como la llovizna sobre las ciudades. 
Lo veo en una calle gris, en las noches empachadas de lluvia y de asfalto. Lo veo de pronto en un callejón de barrio y en una noche de New York; en la trasnochada pasión de una trompeta mágica y morena. Lo presiento en Gershwin y en el paso de un candombe. En Ellington y en De Caro. En una historia de comparsas y de esclavos. En el elegante escenario del Colón y en una esquina rea que corona un silbido, lo recuerdo.  En el contrapunto de un tranvía y de un piano refinado y atorrante se cifra ese nombre: Horacio Salgán.

Todavía me cuesta creer que ése es el nombre de un vecino de la calle Serrano, que por las mañanas se levanta, se lava la cara y toma café mientras lee el mismo diario que cualquiera de nosotros; que escucha el pronóstico del tiempo, y duerme y se resfría y tiene sed, sueño, hambre… y miedo, como todos. Parece mentira verlo en una peluquería y no en el reverso de bronce de una medalla; no encontrarle cola, alas o escamas, a este ser eterno que ha habitado el siglo pulsando su piano y revolucionando la música.    

Simplemente “El Maestro” lo llaman sus pares, sin otro aditamento. Con esa referencia basta.  Horacio Salgán constituye uno de los pocos hombres que alcanzaron en vida esa gloria mítica del tango y de la cultura nacional.

Primeros acordes

Nació en las cercanías del Mercado de Abasto un 15 de junio de 1916. Su padre tocaba el piano y la guitarra, de oído. Sin saber caminar, gateaba hacia el lado del piano y cuando se pudo parar, empezó a hacer sonar tímidamente sus teclas. Comenzó sus estudios de piano en una academia de barrio y luego los continuó con los maestros Vicente Scaramuzza, Raúl Spivak, Pedro Rubione, entre otros.

Con tan sólo catorce años comenzó a tocar en un cine poniéndole música a películas mudas, hasta que fue convocado para tocar en la orquesta de Elvino Vardaro.

Luego de un fugaz paso por otros conjuntos, escribe su primer tango: “Del 1 al 5”. Por estos años ingresa a la orquesta del renombrado Roberto Firpo y recibe un encargo de Miguel Caló: un arreglo orquestal sobre el tango “Los Indios”, de Francisco Canaro. Ése fue el primer arreglo musical, luego vino una larga lista de indiscutidas genialidades.

Complementó sus estudios de piano con el saxofón y el contrabajo, forjando desde muy joven una sólida formación musical: el jazz, los ritmos brasileros, la música de las provincias y las obras clásicas constituían un solo ámbito donde Salgán construía de a poco su estilo y se movía con soltura. Grandes músicos caminaban por entonces la noche de Buenos Aires, ninguno de ellos detentaba una cultura musical tan vasta y una técnica tan educada.

Una orquesta “rara” y “un cantor imposible”

En 1944 formó su primer orquesta típica la cual se caracterizó muy pronto por convocar a un público muy particular: casi todos los que iban a escucharlo eran músicos, muchos de ellos, consagrados. Así, las presentaciones de la orquesta, se trasformaron casi en una misa a la que concurrían inspirados músicos de la bohemia porteña. “Íbamos a escuchar a Salgán porque ese sonido nos hacía bien a todos” contaba, décadas más tarde, Leopoldo Federico.

Confesaría Salgán, años después en una entrevista: “La idea de formarla (a la orquesta) está integrada de alguna manera, a la composición. Empecé a componer porque quería hacer un tango de una manera determinada. No con la idea de ser compositor, sino con la de tocar tangos como a mí me gustaba. Lo mismo sucedió con la orquesta. Como a mí me gustaba interpretar tangos a mi manera, la única forma era teniendo mi propio conjunto, entonces la armé. Hay gente que le gusta ser director de orquesta, pero a mí me interesó mi vocación pianística. Sin ninguna intención de crear nada”.

Al inigualable estilo de Salgán, se sumó una voz que parecía venir de otro mundo, de algún rincón umbroso y sagrado escondido en el corazón de la tierra: Edmundo Rivero.

Las particulares interpretaciones del pianista y la voz grave del cantor, diferente a los tenores a los que el público estaba acostumbrado, hicieron que el director artístico de Radio El Mundo sentenciara que “la orquesta era rara y el cantor imposible”. Así fue como los despidieron de la radio alegando “que Rivero cantaba mal y que Salgán tocaba peor”. Sin duda, ambos se habían adelantado a su tiempo.

Tres años duró la orquesta y se disolvió  por falta de estímulos. No dejó grabaciones ni tuvo una gran repercusión popular. Habían venido a desempeñar otro papel en la historia de la música. Lejos del calor fugaz de los aplausos masivos, desde estos años pudo percibirse la dirección en la que Salgán marchaba: una senda propia a despecho de las modas pasajeras y de las exigencias comerciales. Eso hizo Salgán durante toda su vida: “su” música que hoy, es nuestra, como lo es él mismo.


Nuevos conjuntos y un chofer de colectivos

Formó su segunda orquesta en 1950 la cual duró sólo hasta 1957. Contando con las voces de Oscar Serpa, Jorge Durán y Ángel Díaz, y a dos años del comienzo, llega, casi por un evento fortuito, un chofer de colectivos de la línea 219. Su cabellera rubia lo había hecho merecedor de un apodo: “El Polaco”. ¿Su nombre? Roberto Goyeneche. Debutó en la orquesta del maestro, en el local “Tango Bar”, cantando “Alma de loca”. El Polaco “daba unas vueltas en el colectivo y otras con la orquesta”, recordaría Salgán, años más tarde, aludiendo a la doble profesión de Goyeneche.

Deambuló por distintos locales como solista de piano, otras veces  acompañado por el bandoneonista Ciriaco Ortiz,  hasta que en 1957, ya disuelta su segunda orquesta, se jugó otra carta fuerte del destino: surgió la ocurrencia de tocar con el eximio guitarrista –recientemente fallecido- Ubaldo De Lío. Ése fue el comienzo de un dúo exquisito que perduraría por décadas.





Entrando en los años 60, tiempos difíciles para el tango, cuando otros ritmos conquistaban públicos masivos y las grandes orquestas típicas se encontraban en extinción, surgió otra idea: un quinteto. Pero no fue cualquier quinteto, fue uno de los conjuntos más pulidos y prestigiosos de la historia de la música nacional. El Quinteto Real nació casi diríamos por una circunstancia azarosa, pero terminó reuniendo a los mejores. Su integración era perfecta: Pedro Láurenz en bandoneón, Ubaldo De Lío en guitarra, violín de Enrique Mario Francini, en el contrabajo, Rafael Ferro (luego reemplazado por Kicho Díaz) y  Salgán en el piano. Giras por Europa, tres viajes a Japón... el público había quedado cautivado. Pasaron por este conjunto los nombres de Leopoldo Federico (quien había tocado con Salgán en su primer orquesta), Antonio Agri, Néstor Marconi, entre otros grandes maestros.

Hacia mediados de los 90 el conjunto se reestructuró. Actualmente el Quinteto goza de plena vigencia, con músicos renovados, y en el piano, el maestro César Salgán, excelente pianista e hijo de Horacio.


Sus referentes

No resulta fácil descubrir las huellas anteriores a su estilo. Acaso apenas podamos discernir algunos referentes.

Rescata la figura de Roberto Firpo. Se refiere a Alfredo Gobbi con especial admiración. Sin embargo pronuncia con seriedad y respeto otro nombre: Francisco De Caro, “el Art Tatum del tango”, con su enorme técnica y su gran dominio del pedal, “una guía que abrió el panorama de la ejecución del instrumento dentro del tango” dice con seguridad.

De los músicos nacionales de conservatorio se siente cercano a Guastavino y no escatima en elogios cuando lo nombra.

Entregó sus años a la docencia y al estudio del instrumento. “Mi máxima ambición desde niño y hasta hoy, es aprender a tocar bien el piano… Lo mejor posible” dice con una humildad inquebrantable. “Tengo un gran respeto por los antecesores, Arolas, Bardi, Cobián, los De Caro, y no vine a modificar ni a hacer nada, porque el tango no lo necesita. Vine simplemente con toda modestia, a exponer mi lenguaje musical. Nunca me propuse tener un estilo ni hacer una renovación de nada. Lo que salió, salió porque espontáneamente así lo sentía.”
Está convencido de que los compositores mencionados han llegado a una gran altura comparable con los más grandes compositores del mundo, “no en el desarrollo o factura sinfónica ni en obras de largo aliento, pero sí en la creación de melodías.”



Sus admiradores: Stravinsky, Rubinstein, Baremboim…

Las manifestaciones de cariño y admiración del pianista argentino-israelí Daniel Baremboim hacia Salgán han sido frecuentes. Los festejos de fin de año del 2006 sorprendieron a los argentinos con los dos maestros compartiendo un escenario bajo el Obelisco ante miles de espectadores.   

La Revista Clásica editada en Buenos Aires, publicaba hace algunos años un reportaje al gran pianista Lalo Schifrin. El maestro contaba que había incluido en una función suya el tango “Don Agustín Bardi” de Salgán y lo había tocado delante de Rubinstein quien se entusiasmó tanto que se lo pidió para estudiarlo. También recordaba que cuando iba a la casa de Stravinsky, ya anciano y en su silla de ruedas, el gran maestro universal le pedía que tocara… música de Horacio Salgán.

A fines de 1998, Buenos Aires esperaba al famoso pianista francés Jean- Yves Thibaudet  que llegaba de los Estados Unidos para ofrecer un concierto en el Teatro Colón. En vez de dirigirse al hotel a descansar, quiso trasladarse hasta el Club del Vino, lugar donde tocaba Horacio Salgán junto con De Lío. Quedó absolutamente impactado por la maestría del pianista argentino. Al día siguiente interpretó “Claro de luna” de Debussy, y se lo dedicó a Salgán.



La leyenda

En magnitud y profundidad, junto con la revolución de Julio De Caro y la de Ástor Piazzolla, se ubica la obra de Salgán.

Su estilo es único. Fue moderno en los cuarenta, y en nuestros días, lo sigue siendo.

Sus composiciones han recorrido los recintos más distinguidos de la música internacional. Obras tales como “A fuego  lento”, “Don Agustín Bardi”, “La llamo silbando”, son muestras de su talento.

Sus arreglos musicales fueron desde un principio, de una expresividad exuberante. No sólo por su creatividad, su altura y su buen gusto, sino por su compleja factura poco común entre muchos de sus colegas: escritos minuciosamente, fraseos, acentos, ligaduras, silencios, dan cuentas de una concepción musical única. Un legado imborrable que permitirá que sus ideas  puedan ser correctamente comprendidas ahora y siempre.

De una mano derecha sorpresiva y liviana, Salgán le dio al tango una dimensión nueva, rompiendo con las estructuras rígidas y geométricas conocidas hasta entonces. Logró superar la cuadratura de compases y recursos predecibles. Reinventó nuestra música.

 Caballero, humilde y generoso, ha ganado el reconocimiento y el cariño de su público y de sus colegas que han hecho de su nombre, un culto.

“A fuego lento” se llama una de sus composiciones emblemáticas. Con ese tesón vive Salgán y nos hace vivir su música, su piano que no cesa, sus manos saltarinas que no se cansan y su mundo musical que cuidaremos por siempre… como un fuego sagrado.

NOTA: Publicado en diario Los Andes, Mendoza, Argentina, el 16 de junio de 2012.


PALABRAS DE HORACIO FERRER




Buenos Aires, 11 de junio de 2012.

Sr. Nicolas Sosa Baccarelli

PRESENTE
                                                Al cumplir el Maestro Horacio Salgán felizmente sus 96 años me siento honrado de aportar estas líneas en su homenaje luego de haber pensado y escrito durante casi 60 años, desde nuestro perpetuo tributo desde 1954 en el Club de la Guardia Nueva de Montevideo hasta su distinción como Académico de Honor de nuestra Academia Nacional del Tango sabiendo y entendiendo que la obra musical y tanguística del Maestro Salgán es uno de los aportes cumbres para la música popular Argentina y de todo el continente americano. 

                                                                                                                                                                                       Horacio Ferrer