Por Nicolás Sosa Baccarelli

El 11 de diciembre los argentinos celebramos el Día Nacional del Tango en homenaje al nacimiento de Carlos Gardel y de Julio De Caro. Recordamos la vida y la obra de este último. Director, violinista, arreglador y compositor, significó la renovación más importante en la historia de nuestra música nacional.
Una lucha ganada
Era una cálida noche de 1965. En la calle Corrientes flotaba un aire a lluvia, a asfalto, a barrios distantes. Ben Molar apuró el paso. Llegaba tarde al festejo de cumpleaños de su amigo Julio De Caro. Al llegar a la esquina de Corrientes y Esmeralda, quizá la esquina más porteña de Buenos Aires, un recuerdo lo hizo detenerse. “11 de diciembre”, pensó. Y casi sin quererlo vino a su mente la figura sonriente y cómplice de Carlos Gardel, nacido el mismo día. Así, según contaba este destacado investigador, halló una fecha excepcional, una coincidencia casi sobrenatural: un 11 de diciembre de 1890 –según la biografía más difundida- nació, en algún lugar que bien pueden ser las cercanías del Río de la Plata o más próximo al Garona de Toulouse… Carlos Gardel, el Zorzal Criollo. Ese morocho que, a casi ochenta años de fallecido, “canta cada día mejor”. Ese mismo día pero en 1899 nacía en Buenos Aires, quien sería luego el gran renovador de la música del tango: Julio De Caro. La escuela vocal y la musical habían nacido el mismo día.Sin pretender dar una explicación a esta asombrosa coincidencia, Ben Molar inició su lucha por lograr que se declarara el 11 de diciembre como el Día del Tango en homenaje al nacimiento de los dos grandes creadores y símbolos emblemáticos de la cultura nacional: Carlos Gardel y Julio De Caro.Con el apoyo de las entidades artísticas más importantes, comenzó la peregrinación por los pasillos de las oficinas públicas que demoraban su loca pero acertadísima ocurrencia. Ben Molar llegó a formular al Secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires, una cordial amenaza de movilización mediática para anunciar la organización de un mega festival en el Luna Park en apoyo al “Día del Tango”. A pocas horas de la intimación tanguera, se promulgaba el ansiado decreto de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, acogiendo la propuesta.El 11 de diciembre se realizó el festival. Ya no fue un reclamo sino un festejo. Con la presencia de grandes figuras de la música, la radio y el periodismo vinculadas con el tango, un Luna Park con 15 mil personas cantó el feliz cumpleaños a un hombre de 78 años, visiblemente emocionado: Julio De Caro.La lucha por el Día del Tango no terminó aquí. Ben Molar solicitó a las autoridades correspondientes, la aprobación del decreto a nivel nacional lo cual fue finalmente conseguido. El 11 de diciembre pasó a ser el Día Nacional del Tango.
Mucho se ha dicho ya de nuestro máximo ídolo nacional, Carlos Gardel. Con sus misterios y sus anécdotas don Carlos llena bibliotecas, discos y crónicas periodísticas que no hacen más que verificar que se trata de una pasión mundial y multitudinaria.En cambio, la figura de Julio De Caro no ha gozado de semejante popularidad. No fue en vida una estrella de cine internacional, no tuvo la sonrisa ni la mirada cómplice y cautivante. También careció del desenlace trágico que suele ser consagratorio de hombres hechos dioses. En síntesis, no alcanzó la dimensión de mito de la que gozó y goza aún hoy -y quizá para siempre- Carlos Gardel. Sin embargo su obra representa un hito rotundo y decisivo en la historia de la música de nuestro país.El nombre de Julio De Caro, al igual que el de Gardel, constituye un símbolo de la renovación y el cambio.Nació en una casona del barrio de Balvanera, en el seno de una familia italiana, Julio, el segundo de doce hermanos. Comenzó sus primeros estudios musicales con su padre, don José De Caro, profesor del Conservatorio de Milán que, al arribar a la Argentina, se instaló su propia academia. A los trece años - según cuenta en su libro El tango en mis recuerdos- Julio ya se ganaba sus primeros pesos enseñando teoría, solfeo y violín. En la familia De Caro se respiraba música. Eso sí, nada de tango. Don José tenía prohibido que esa música sonara en su casa, él quería que sus hijos cultivaran la “música en serio”. Como tantas otras veces, la prohibición paterna fue una invitación irresistible a desobedecerla. Tanto Julio, como sus hermanos Emilio - también violinista- y Francisco - pianista- sentían desde niños, y muy a pesar de su padre, la inclinación por esa música nacida en las orillas, que se filtraba como un vaho de taconeos y guitarras sobre el empedrado.La tensión en casa de los De Caro aumentó cuando Julio habló con su papá para decirle que haría un reemplazo en la orquesta del gran Eduardo Arolas – “el Tigre del Bandoneón”- quien lo había convocado luego de escucharlo tocar con Roberto Firpo. Don José reaccionó expulsando de la casa a su hijo “milonguero”.La influencia de Roberto Firpo, Eduardo Arolas, Enrique Delfino, Osvaldo Fresedo y Juan Carlos Cobián sobre el joven De Caro, fue notoria. Con estos nombres, el tango había empezado a desplegar sus ansias de evolución. Ya no era ese conjunto pintoresco de ritmo alegre, sencillo y compadrón de las primeras épocas. El tango se preparaba para el gran salto.Luego de integrar una orquesta en Montevideo, De Caro ingresó en 1923 a la prestigiosa orquesta de Juan Carlos Cobián (ese exquisito director y compositor que recordamos por sus tangos La casita de mis viejos, Mi refugio, Nostalgias, entre otros éxitos). A fines de ese año, Cobián viaja a Estados Unidos. Por esa razón, y tal vez en parte por una discusión entre ambos por un arreglo instrumental que el joven De Caro había hecho sin consultar a su director, constituyó su primer conjunto en base a la formación de músicos que dejaba Cobián. Nacía entonces el legendario Sexteto Julio De Caro.La orquesta estaba integrada por los bandoneones de Pedro Maffia y Luis Petrucelli, Leopoldo Thompson en contrabajo y Julio y Emilio De Caro en violines. Al piano se sentaba su hermano Francisco, fundador de una escuela pianística de la que se reconocieron herederos los grandes figuras del tango de las décadas siguientes. Francisco fue un músico excepcional, que bien merece estar incluido en las páginas más dignas de la historia del tango y de la ejecución de dicho instrumento. Más tarde ingresaría Armando Blasco en el lugar de Maffia y, reemplazando a Petrucelli, el otro gran Pedro: Láurenz. Maffia y Láurenz calarían hondo en el espíritu de un niño que por entonces tenía diez años y recién había adquirido su primer bandoneón, era un pibe morrudito y se llamaba Aníbal Troilo. Como se dice ahora… “había equipo”. El Sexteto De Caro debutó en el Café Colón y pronto se convirtieron en la gran atracción del Palais de Glace.Durante estos años se conoció el famoso violín-corneta de Julio De Caro. Consistía en una bocina anexada al violín para aumentar su volumen y resolver de ese modo la carencia de recursos técnicos propia de la época, tanto para hacerse escuchar en vivo como para grabar. El propio De Caro contó que se lo trajo del exterior un directivo de la Rca. Víctor. No fue De Caro quien inventó el violín corneta. Ni siquiera fue el primer músico de tango que lo usó. José “Pepino” Bonano tocaba uno en la orquesta de Juan Maglio “Pacho”, hacia 1912 en el famoso café La Paloma. Según las reseñas del Instituto Smithsoniano de los Estados Unidos, el nombre original del instrumento es “Stroh violin” en alusión a su creador: John Matthias Augustus Stroh, quien lo patentó en Londres, en 1899.La sonoridad de esa maravillosa orquesta estaba dada por una visión innovadora de la música. Ya no se interpretaba “a la parrilla” como suele decirse en la jerga musical, tal como se hacía durante los primeros años del tango. Ahora, con la renovación de los años 20 y 30, cada instrumento tenía su protagonismo, sus momentos de brillo y de silencio y sus diálogos y contracantos.De Caro fue más allá de lo conocido. Renovó el tango. Propuso nuevos recursos para esa música popular rioplatense de origen humilde y reo, dando así un enorme avance para su difusión en el mundo. Y lo hizo sin descuidar jamás su esencia rítmica, su sentido criollo y arrabalero. Logró combinar lo que el tango fue, con lo que era capaz de ser. Incorporó recursos técnicos especialmente en materia de armonía y contrapunto. Ahora aparecían solos melódicos de bandoneones, de violines, variaciones de cuerdas sobre la base del piano conductor o del contrabajo. Muchas veces el piano quedaba como solista, acompañándose él mismo. Otras, su violín fraseaba armonías contrapuestas al desarrollo de la obra. El tango había ganado altura, refinamiento y técnica. Su horizonte se había extendido varias leguas. Así, se conocía un universo musical, una forma de comprender el tango que se llamó la “escuela decareana”. En ella forjaron su estilo los gigantes que vendrían luego: Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, entre tantos otros símbolos gloriosos de lo que se dio en llamar la Guardia Nueva. El movimiento de De Caro había bajado línea de cómo debía ser una orquesta típica. Fue la bisagra entre la vieja y la nueva guardia. Algunos músicos conservadores, apegados a las formas tradicionales del tango, insistieron con ellas, pero lo cierto es que el “predecarismo” quedaba envuelto en la niebla del tiempo.Tal es la importancia de la escuela decareana en la historia del tango, que, como explicaba Blas Matamoro, fijó pautas para el tango del futuro, al extremo de que, cuando se traspasan las normas del “decarismo”, sus propios autores hablan de “música de Buenos Aires”, en claro reconocimiento de haber cruzado la frontera entre lo que es “tango” y lo que no lo es.Viajó por diferentes países y enamoró con su “tango vestido de smoking”. Sufrió en su momento las mismas críticas que las que se lanzarían décadas más tarde contra Astor Piazzolla. “Eso no es tango” decían algunas voces temerosas que miraban con recelo la renovación decareana. Evidentemente se equivocaron. Esos jóvenes músicos estaban inventando el nuevo tango, el tango que venía… y que conquistaría el mundo.Con el correr de los años, y tras algunos experimentos musicales posteriores que no tuvieron mayor éxito, la actividad de Julio De Caro fue apagándose. Ya corrían tiempos diferentes. Hacia la década del 40 la poesía había florecido, dando a la letra de tango un histórico vigor. Eran las épocas de las orquestas con cantores protagónicos, estelares; cuestión en la que De Caro nunca incursionó. Hacia 1954 abandonó la actividad como director.Dejó centenares de obras grabadas y excelentes composiciones propias y otras en coautoría con algunos de los músicos de su orquesta. Gozó del crédito y la amistad de Carlos Gardel. Un 11 de marzo de 1980, y como para respetar la misteriosa simbología tanguera tejida entorno al número 11, Julio De Caro dejó este mundo, tras haber reinventado el tango.
De Caro: la renovación profunda y definitiva
Nota: artículo publicado en diario Los Andes, diciembre de 2011.


