A 50 años del fallecimiento de Julio Sosa
Por Nicolás Sosa Baccarelli
De la pobreza a las tablas
“Julio María
Sosa”, contestó don Luciano cuando le preguntaron cómo quería llamar a su hijo.
No sabía que en pocos años el nombre se reduciría e incorporaría un apodo:
Julio Sosa, “El varón del tango”. Tampoco Ana María Venturini podía saber que
su hijo, ese muchachito nacido en un hogar humilde en un pueblo uruguayo,
caminaba hacia la gloria y el reconocimiento de multitudes que lo seguirían
para siempre.
Nació en Las
piedras (Uruguay) a veinte kilómetros de Montevideo, el dos de febrero de 1926.
Sus padres fueron un peón rural y una lavandera. Su infancia transcurrió entre
la pobreza y el trabajo. "Mi viejo era analfabeto y mi vieja, sirvienta.
Siempre tuvimos un pasar humilde. Nos faltó de todo. Cuando debuté en Buenos
Aires, me tuvieron que prestar un traje" recordó más tarde el cantor. Así
fue como debió desempeñarse en diversos oficios para “ganar el mango”. Fue
vendedor ambulante, podador municipal de árboles, lavador de vagones,
repartidor de farmacia, integró la Marina… Todas ocupaciones provisorias. Acaso
porque, como recordaban sus amigos, siempre supo que su destino era otro.
Debutó en
Montevideo, como aficionado, en 1942 y grabó recién en 1948 con la orquesta de
Luis Caruso. No fue nunca, en Uruguay, una figura de la canción, ni mucho
menos. Era apenas un buen cantor. Con veintitrés años llega a Buenos Aires.
Sólo tenía una dirección de un amigo que había conocido en su tierra
natal. Se empleó en el café Los Andes
donde comenzó a cantar acompañado por un conjunto de guitarras estables del
local. Luego probó suerte en otro café. Un mes de búsqueda, sólo un mes. La
gloria lo esperaba.
Incentivado
por el letrista Raúl Hormaza, se presentó para ser probado nada menos que en la
orquesta de los maestros Enrique Mario Francini y Armando Pontier. Famosa es la
anécdota de ese primer encuentro: "¿Qué quiere cantar?" le preguntó
Pontier, "Tengo miedo" respondió el cantor, "¿El tango Tengo
miedo? ¿O tiene miedo de cantar?" bromeó el bandoneonista. Y así cantó y
quedó conformando la prestigiosa orquesta, que por entonces tenía como
vocalista al gran cantor sanjuanino Alberto Podestá. La irrupción de Sosa en
Francini-Pontier fue significativa para Podestá quien décadas después confesaba
al autor de estas líneas su asombro por ese desconocido uruguayo que cantaba moviendo
las manos y gesticulando las letras con gran convicción. “Fuimos grandes amigos
con Julio” cuenta con nostalgia, Podestá.
Comenzó
entonces a definir su estilo inigualable que le permitió abordar el drama (por
ejemplo En esta tarde gris, Rencor, Dios te salve m´hijo, entre otros) la
protesta (Cambalache, Camouflage, Al mundo le falta un tornillo, etc) y las
letras cómicas y picarescas, con la misma solvencia.
Hacia 1953
se incorpora a la orquesta de Francisco Rotundo. Su carrera iba bien pero su garganta
comenzaba a acusar recibo de tanto ajetreo. La noche, el cigarrillo, las
constantes presentaciones, agravaron su afección en las cuerdas vocales y debió
ser operado. La intervención la hizo el doctor Elkin, un especialista que ya
había operado a numerosos cantantes. Su voz no sufrió ningún perjuicio, al
contrario, mejoró considerablemente, adquirió un grave contundente y limpio.
Esto, sumado a sus virtudes escénicas, a su capacidad para enfatizar
correctamente las letras, y a su natural talento, dio como resultado un cantor
arquetípico de tangos.
Su bautismo
artístico fue sencillamente insustituible: “El varón del tango”. La razón era
evidente. Finalizada la década del cuarenta, el tango contaba con un público
que en líneas generales se inclinaba hacia las voces dramáticas, bien educadas
y agudas que caracterizaron la moda de la época. Recuerdo al lector los nombres
de Francisco Fiorentino, Alberto Marino, Ángel Vargas y Floreal Ruiz por
nombrar sólo algunos de los más conocidos. Sólo con el precedente novedoso de
Edmundo Rivero, cantor absolutamente distinto y merecedor de un capítulo
aparte, Sosa irrumpe con una voz grave y varonil que contrastaba con la
tradicional tendencia y lo hizo con excelentes resultados y plena aceptación.
Furor y resistencia
Tras un
nuevo encuentro con Armando Pontier, ya desvinculado de Francini, Sosa inicia
su etapa de solista con la orquesta del maestro Leopoldo Federico en 1960,
grabando en estas condiciones su primer larga duración en mayo de 1961 para el
sello discográfico CBS. El disco se grabó con el sistema “play-back” o sea,
grabando primero la orquesta y luego la voz. Pero todas las grabaciones
siguientes se hicieron con orquesta y voz, en forma conjunta, como lo prefería
Julio… cantando “en caliente”.
Pocos han
sido los casos de un ensamble casi perfecto entre un cantor y una orquesta…
éste fue uno de ellos. Recordaría más
tarde Federico: "No comprendí en toda la dimensión quién era Julio Sosa
hasta que actuamos por primera vez juntos. En un momento tuve que dejar de
tocar con el bandoneón temblándome en las rodillas. No podía creer lo que veía.
Sosa se transformaba en el escenario...".
Uno de los
pasajes memorables de estos años de trabajo junto a Leopoldo Federico, es sin
duda la inolvidable versión de La Cumparsita, recitando Sosa los versos de
Celedonio Flores “Porqué canto así”. La orquesta solía hacer una versión
instrumental del tango, hasta que un día Julio le propuso a Federico
recitar. "Pido permiso señores,
este tango habla por mí..." comenzó, y sin saberlo, dejaba una huella
eterna en la sensibilidad de los argentinos, capaz de conmovernos hasta el
estremecimiento.
Su
repertorio incluyó piezas de los años cuarenta, treinta y hasta de la década
del veinte. Sorprende a los investigadores del género la valentía de Sosa al
incluir en su nómina, tangos grabados por Gardel que habían permanecido en
silenciosa condolencia, luego de su muerte. El éxito fue estrepitoso.
Sosa,
recordó Leopoldo Federico para un diario uruguayo, tenía una memoria asombrosa.
Podía retener -sin perder ningún detalle- más de cien tangos. Y a la hora de
grabarlos, quedaban listos en las primeras tomas, sin necesidad de ensayarlos
demasiado.
Corrían
años difíciles para el tango. Habían
surgido – o habían armado- nuevas tendencias en la cultura popular. El Club del Clan y la Nueva Ola, con sus
propuestas pobres y felizmente efímeras, conquistaban a nuevas generaciones que
no habían alcanzado a vivir los años dorados del tango. Sosa representó el símbolo de una franca
resistencia que ofrecía el género rioplatense a estas modas del momento. Lo
cierto es que la realidad del país estaba más cerca de Cambalache que de los
versos de La felicidad de Palito Ortega. Muchos de esos jóvenes, hoy adultos,
encontraron en Julio Sosa un referente sólido sobre el cual giraron hacia los
afianzados cimientos de la tradición tanguera. Reencarnaban en el uruguayo, los
viejos valores del hombre de tango, de calle, de noche. Ése que vive, sufre y
se retuerce ante las miserias del mundo, sin chistar. Ese varón que enfrenta el
dolor más desesperante con un vaso de whisky y una sonrisa discepoliana;
con “un
pucho entre los labios y en un tango entreverao”. Detrás del cantor de tangos, se traslucía una
postura férrea y genuina frente a la vida.
Fue seguido
por multitudes cautivadas por su gracia, por su empaque. Se ha observado en los
movimientos de sus manos, en su seguridad y firmeza, en sus guiñadas que
envolvían al espectador en una complicidad íntima y viril, alguna semejanza con
los gestos carismáticos del entonces exiliado – y aclamado por muchos- Juan
Domingo Perón.
Su simpleza, su humor y su poesía
Noble
persona, excelente amigo. Pero también temperamental, de carácter vigoroso y
hasta un poco pendenciero, lo recuerdan
algunos colegas. “O te caía simpático, o te caía para el desastre” dice
José Colángelo al ser consultado sobre la peculiar forma de ser de Julio. Con un gran sentido del humor, cargaba
siempre una pequeña libretita en la que
anotaba y leía, durante horas, chistes a sus amigos.
Nos cuenta
Alberto Podestá la enorme tentación que representaban para Julio, las mujeres
hermosas. Una sonrisa, una guiñada de una mesa a la otra, un diálogo que
comenzaba, ya era un romance seguro. Las mujeres sucumbían ante su increíble
poder de seducción. Su vida amorosa fue precoz y agitada. A los dieciséis años
contrajo matrimonio con Aída Acosta. Dos años duraría este enlace. En 1958, se
casó -por segunda vez- con Nora Edith Ulfed
con quien tuvo una hija, Ana María… el nombre de su madre. Ya separado,
se unió con Susana "Beba" Merighi, su compañera hasta el final.
Amante de
los animales, especialmente los perros, no podía soportar que alguien los
maltratara. Contaba Leopoldo Federico (la anécdota figura en la portada de un
disco) que una vez, manejando Sosa su automóvil, vio a la distancia cómo un
sujeto golpeaba a una perrita que estaba paseando. Julio se bajó del auto, y de
un empujón arrebató el animal de brazos de su agresivo amo. La subió a su coche
y se la llevó a su casa, dispuesto a cuidarla. Momentos más tarde, cuando su
impulso justiciero se había aplacado, lo llamaba a Federico para ver dónde
podían ubicar al desdichado animalito que causaba problemas en su casa donde ya
había demasiados perros.
Un aspecto
poco conocido de su vida fue su afición por la poesía. Su libro “Dos horas
antes del alba”, es un testimonio de sus inquietudes literarias. Obra modesta, "más bien olvidable"
en opinión de José Gobello, se encuentra impregnada por el amor y el desengaño;
por la entrega y dolor.
Sus poemas – algunos grabados, en recitados del propio
autor- están cargados de desamores y fracasos. Con un lenguaje descriptivo
hasta la saturación, su poesía lograba lo que su autor se propuso: ser sincera,
según consta en su prólogo. Eran ésos los padecimientos de Julio. Su risa y su
estampa de varón rudo, ocultaban un corazón triste visitado por la angustia,
tal vez por fantasmas del pasado. La referencia de Héctor Angel Benedetti al
tango En esta tarde gris (de Contursi y Mores), ilustra la sensibilidad del
varón del tango. "Sosa se resistía a cantarlo en público (al tango)
descartó varios intentos en los que la amargura lo dominaba y le impedía
continuar (...) hay (en la grabación) incluso un quiebre en la voz ausente en
los ensayos y no se supo nunca qué recovecos de su alma vendría a revisar la
letra de ese tango". “Aunque no haya salido bien, no lo puedo repetir”
escucharon decir al cantor.
Un adiós multitudinario
Sosa tuvo,
además del tango y las mujeres, otra pasión: los automóviles. Cuenta Roberto
Selles que Julio fue propietario de un Isetta, un De Carlo 700 y un DKW modelo
Fissore; con los tres terminó por chocar, debido a su gusto desmedido por la
velocidad.
Murió en lo
mejor de su carrera. Sus intervenciones en el mundo de la televisión en
programas como Copetín de tango, Casino y Luces de Buenos Aires; sus brillantes
y profusas grabaciones con la orquesta de Leopoldo Federico y hasta algunas
propuestas de compañías cinematográficas del país y del exterior, corroboran
esta idea.
El 25 de
noviembre de 1964 a las tres y veinte de la madrugada, con apenas treinta y
ocho años, se llevó por delante una señalización en Figueroa Alcorta y Mariscal
Castilla. Así iniciaba la agonía de treinta horas que desembocó en su muerte.
El 24 había cantado en radio Splendid su
último tango, "La gayola". El final era premonitorio: "pa´ que
no me falten flores cuando esté dentro el cajón". Flores no faltaron. Fue
internado en el Hospital Fernández, luego fue trasladado al sanatorio Anchorena
donde falleció a las nueve y media de la mañana. Comenzaron a velarlo en el
salón La Argentina pero el tumulto de seguidores obligó a trasladar el
velatorio al Luna Park. “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”
pensaron entre llantos más de cien mil personas que peregrinaron bajo la lluvia
hasta el cementerio de la Chacarita. “Fue algo impresionante” recuerda Ángel
Bloise, periodista de tango y miembro de la Academia Nacional del Tango, quien
presenció el desfile. Algunos periódicos hicieron referencia a desmanes
ocasionados por la presencia de manifestantes peronistas que llevaban una
corona con el nombre de su líder político proscripto. Su sepelio fue
rápidamente comparado con los de Carlos Gardel y Eva Perón. Así,
repentinamente, el varón del tango nos había dejado para siempre.
NOTA: Parte de este
artículo fue publicado en diario Los Andes, Mendoza, Argentina, el 29 de enero de 2012.











