Por Nicolás Sosa Baccarelli
Alguna vez contó
el gran poeta e historiador del tango Horacio Ferrer que fue a visitar a don
Raúl González Tuñón (disfrutemos tan solo imaginando esa reunión). Ferrer habló
de “influencias”. González Tuñón lo paró
en seco: “En el arte no hay influencias, hay fatalidades de la afinidad”,
sentenció.
Algunas de esas
“fatalidades” tuñonianas – seleccionadas con un criterio absolutamente
arbitrario- hemos querido tratar en esta nota.
Sin embargo propongo al lector dos escalas en este recorrido: primero
veamos algunos homenajes explícitos de los poetas del tango a otros escritores,
y luego sí, algunos otros casos de “influencias” -muy notorias- pero no reconocidas expresamente por sus
autores.
I. Guiños y homenajes
Un claro
testimonio de la admiración que muchos poetas del tango (como casi todos los
poetas argentinos de principios de siglo) sentían por la cultura francesa es el
tango “Griseta” (1924) con letra del poeta y dramaturgo José González Castillo.
Esta obra es un privilegiado desfile de emblemáticos personajes de la narrativa
francesa:
“Mezcla rara de Museta y de Mimí/con caricias de
Rodolfo y de Schaunard,/era la flor de París/que un sueño de novela trajo al
arrabal.../Y en el loco divagar del cabaret,/al arrullo de algún tango
compadrón,/alentaba una ilusión:/soñaba con Des Grieux,/quería ser Manon.”
Veamos: Museta,
Mimí, Rodolfo y Schaunard, pertenecen a Escenas de la vida bohemia (1851) de
Henri Murger, cuya versión
teatral (La vida bohemia) inspiró dos
óperas (una de Puccini y la otra de Leoncavallo), además de operetas, zarzuelas
y muchos años después, un musical y una película. Manon y Des Grieux, son
personajes de Manon Lescaut (1733) de Antoine François Prévost. González Castillo
finaliza su tango, nombrando a Margarita Gautier y a Armando Duval, los
recordados personajes de La dama de las
camelias (1848) de Alejandro Dumas (h).
Larga es la
nómina de menciones y homenajes que Evaristo Carriego ha merecido por parte de
poetas y compositores del tango. Dejando de lado los tangos instrumentales
urdidos en su nombre, veamos dos letras.
Homero Manzi rinde culto a Carriego en “El último organito”(1949). Una obra elegíaca
donde se ve al último de estos mágicos artefactos, deambular con paso lerdo “hasta encontrar la casa de la vecina
muerta, de la vecina aquella que se cansó de amar” y entonces, versifica
Manzi, “allí, molerá tangos para que
llore el ciego,/ el ciego inconsolable del verso de Carriego,/ que fuma, fuma y
fuma sentado en el umbral”. Se trata del mismo personaje que aparece en su
tango “Viejo ciego”, escrito muchos años antes.
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| Evaristo Carriego |
Enrique Cadícamo
hace lo propio en el tango “De todo te olvidas (cabeza de novia)” (1929), al
preguntarle a la muchacha triste: “¿Acaso tu pena es la que Carriego/ rimando cuartetas
a todos contó?”, refiriéndose, claro está, al poema “Tu secreto” que integra
las Misas Herejes (1908) de Carriego.
La influencia del
modernismo sobre la poética del tango merece un capítulo aparte. Nos es grato
recordar apenas una mención: el homenaje rendido por Cadícamo a Rubén Darío. El
gran poeta nicaragüense es mencionado en “La novia ausente” (1933), en estos
versos: “Al raro conjuro de noche y
reseda/ temblaban las hojas del parque también/ y tú me pedías que te recitara/
esa sonatina que soñó Rubén” Y aquí
el intérprete comienza a recitar “La
princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su
boca de fresa (...)” (Seguramente el lector recordará con emoción por lo
menos dos versiones de este tango: la de Roberto Rufino y la de Roberto
Goyeneche, ambas excepcionales).
La segunda referencia que haremos al padre del
modernismo viene en una fabulosa anécdota -muy poco conocida- que contaremos en
otra ocasión. La adelantamos: Rubén Darío visitó la casa de los González
Castillo (es decir, del ya mencionado José González Castillo y de su hijo, el
célebre poeta Cátulo Castillo).
La Comedia
Francesa y la italiana (Commedia dell’Arte) también tienen su lugar en la
historia del género que nos ocupa. Existe en el tango un amplio registro de
personajes extraídos de aquellas tradiciones dramáticas, y, especialmente, de
elementos ligados al carnaval (sobre este tema existen más de 80
composiciones). Por ejemplo, Pierrot y
Colombina, aparecen en diversos tangos. Pensemos en “Pobre Colombina” (1927) de
Emilio Falero, y en el aún más conocido “Siga
el corso” (1926) de Francisco García Jiménez: “Esa Colombina puso en sus ojeras/ humo de la hoguera de su corazón...”.
El Arlequín, también es una figura frecuente en la poética tanguera (A título ejemplificativo recordemos “Soy un arlequín”
(1929) de Enrique Santos Discépolo).
II. Las “fatalidades”
Fue el escritor e
investigador de tango, Ricardo Ostuni, el que hizo notar la evidente similitud
entre algunos versos de “Los mareados” (1942) y el poema "Finale" del
poeta francés Paul Geraldy. La pieza se publicó en su libro Toi et Moi (Tú y yo) en 1913 y dice así: "Ainsi, déjà, tu vas entrer dans mon passé " (Así, ahora,
tú vas a entrar en mi pasado). El diario El
País de España, señalaba, en ocasión del fallecimiento de Geraldy, en marzo
de 1983, que se habían llegado a vender más de un millón de ejemplares de ese
libro. Tal vez uno llegó a manos de Cadícamo. En tal caso, lo debió haber leído
con gusto, acostumbrado a los versos de Verlaine, de Baudelaire, y de otros
popes de la poesía francesa.
Dice Gerlady en
la versión de Ismael Enrique Arciniegas: “Y
qué grandes creímos nuestros dos corazones, /¡y qué pequeños! ¡Cómo nos
quisimos tú y yo!/ ¿Recuerdas otros días? ¡Qué gratas ilusiones!/Y mira en lo
que ahora nuestra pasión quedó”. Hay un indudable parecido con el tango de
Cadícamo: “Hoy vas a entrar en mi
pasado/y hoy nuevas sendas tomaremos.../¡Qué grande ha sido nuestro amor!.../Y,
sin embargo, ¡ay!,/mirá lo que quedó...”.
Si continuamos la
lectura de Geraldy también podemos descubrir versos que nos recuerdan mucho más
al tango “Rubí” (1944) del mismo Cadícamo (en un asombroso parecido) que a “Los
mareados”. Dice el poeta francés: “Con
que, entonces, adiós. ¿No olvidas nada?/ Bueno, vete… Podemos despedirnos./ ¿Ya
no tenemos nada que decirnos?/ Te dejo, pues, irte… Aunque no, espera,/espera
todavía/que pare de llover… Espera un rato (…) ¿De modo que te he devuelto todo?/
¿No tengo tuyo nada?/ ¿Has tomado tus cartas, tu retrato?...”
Por su parte,
dice Enrique Cadícamo en “Rubí”:
“Ven… No te vayas…/ Que apuro de ir saliendo./ Aquí el
ambiente es tibio/ y afuera está lloviendo./ Ya te he devuelto/ tus cartas, tus
retratos./ Charlemos otro rato/ que pronto ya te irás.”
También se ha
hablado de un evidente parentesco entre el poema “El día que me quieras” de Amado Nervo y la obra homónima de Alfredo Le Pera y
Carlos Gardel. Dicen los versos del gran poeta mexicano:
“El día que me quieras tendrá más luz que junio,/ la
noche que me quieras será de plenilunio./ Con notas de Beethoven vibrando en
cada rayo/ sus inefables cosas,/ y habrá juntas más rosas/ que en todo el mes
de mayo.// Las fuentes cristalinas/ irán por las laderas/ saltando cantarinas/
el día que me quieras.”
![]() |
| Amado Nervo |
Homenajes,
guiños, influencias, fatalidades de hombres que vibran en las mismas emociones,
que van y vienen en el universo de la poesía,
que como el otro – el celeste- es UNO solo.
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NOTA: Este artículo fue publicado en el suplemento Cultura de Diario Los Andes, Mendoza, Argentina, febrero de 2015.




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